En los últimos años, ha sido de amplia difusión la idea de que Colombia es un país de vocación forestal. Innumerables veces se ha mencionado su posición geográfica privilegiada, y la diversidad que alberga por unidad de área. Estos son conceptos que suenan bien en un momento en el que el mayor reto de la humanidad es afrontar el cambio climático. Lamentablemente, del discurso a las acciones hay distancia. Y es aquí, donde se ve materializada una realidad de la cual sus habitantes aún no son del todo consientes.

Para tomar decisiones, es necesario conocer los recursos naturales con los que cuenta el país. En Colombia los bosques abarcan la no menor cifra de 60 millones de hectáreas, lo que implica que más de la mitad del territorio se encuentra bajo cobertura de bosque natural. Con esta magnitud en mente, es apenas lógico pensar que dichas coberturas tienen efecto sobre algunas comunidades, y así mismo, dichas comunidades generan afectaciones al recurso en una relación mutua de un organismo con su medio de desarrollo.

En Colombia, las comunidades que habitan en zonas de bosque, viven en su mayoría en condición de pobreza extrema. Dado que son poblaciones aisladas donde el estado no puede llegar de manera efectiva y oportuna, lo que ocasiona una recopilación de distintas problemáticas sociales, ecológicas, económicas, etc. Un claro ejemplo, es el departamento del Chocó o Cauca, que de acuerdo con el DANE, superan el promedio nacional de incidencia de pobreza en 22% y 13% respectivamente. Pobreza que contrasta con la riqueza de recursos naturales del pacífico colombiano.

Teniendo en cuenta las condiciones en las que viven los integrantes de estas comunidades, por múltiples factores como: seguridad, educación, salud, entre otros, podemos identificar el importante papel de los bosques y su relación con las personas.

Para poder generar desarrollo en torno al bosque, es de vital importancia conocerlo en su integralidad. Es decir, conocer su estructura, saber su composición y comprender su función. Por esta razón, en los últimos años con la aparición en escena de distintas herramientas y estrategias de conservación, se ha dado un impulso a la idea de poder vivir de manera digna en sintonía con el ambiente.

Dicho de otra manera, la mejor forma de conservar un recurso es conociéndolo, y buscando la integración y el apoyo de las comunidades rurales para hacer ejercicios de monitoreo en los bosques. Un claro ejemplo de esto, son los proyectos REDD, donde, las personas asociadas a los bosques, conocen la riqueza que tienen y la importancia de su cuidado y mantenimiento en el tiempo.

Así, se logra generar arraigo de las personas a su territorio y apropiación de sus recursos, haciendo que sea la misma comunidad quien genere vigilancia sobre los bosques y su gestión origine conciencia sobre el correcto uso de un bosque, teniendo en cuenta, sus tiempos de recuperación y dinámicas naturales, aprovechándolo de manera que no se vea amenazada su existencia en el futuro, produciendo oportunidades de empleo y bienestar basados en la adecuada utilización de los recursos naturales. Obteniendo, una muestra palpable de desarrollo forestal sostenible.